POW Chen:
Últimamente llegaba tarde al trabajo. Había
algo que hacía que me retrasara. Y ese algo era el despertador. No llegaba a
escucharlo cuando estaba dormido y era la hora ya que me pasaba casi toda la
noche en vela, sin poder dormir.
Sentía que mi cuerpo se sentía molesto con
algo, pero jamás le había hecho mucho caso por lo cual me era bien difícil de
comprenderlo. Hablando con mi tío intente convencerle más de una vez de que era
algo pasajero y gracias a que mi padre era el jefe no me lo tuvo en cuenta. A
veces ser el heredero no estaba mal.
La única inconveniencia que tenía era el
hecho de que todos esperaban más de mí de lo que podía dar. No me consideraba
alguien extremadamente inteligente, o una persona que supiese exactamente lo
que quería en su vida. Mi madre, que siempre había sido un tanto bohemia me
decía que lo que tenía que hacer era dejarlo todo atrás, ser libre, vivir
experiencias y no dejar que nada me preocupase. Qué bonito era escucharlo y que
difícil resultaba llevarlo a cabo.
Yo, Kim Jongdae, Chen para los amigos, era un
ser tan atado a lo que conocía que no podría dejarlo todo atrás por muy
adecuado que le sonase a mi madre. Siempre había pensado que tenía que
centrarme para poder llevar una buena vida, el tipo de vida que yo quería
vivir, y aunque luego tuviese malas pasadas. Todo el mundo las tiene y yo no
podía ser una excepción. Además, me habían criado para ser serio y decidido, no
un holgazán errante.
Llevaba todo el día haciendo cuentas, sin
parar, pues es lo que le había mandado mi tío a mi secretaria mientras él y
Yixing estaban en una reunión supuestamente importante. Había observado varias
veces al pobre chico. No pobre porque no tuviese dinero, sino porque tenía que
enfrascarse en aquellas estúpidas reuniones en las que nunca se sacaban
conclusiones en claro. De un día para otro había caído sobre él una gran
responsabilidad y la gente de su alrededor no le tenía gran estima. Sobre todo
mi secretaria, Xiumin, que solía mirarle con recelo y la había escuchado más de
una vez criticarlo diciendo que estaba ahí para quitarme el puesto.
No solamente se metían con el por la recién
envidia que había ido amontonando, todo lo que hacía era erróneo y aunque sus
ideas fueran innovadoras y excelentes las tramitaban las ultimas y siempre de
una mala manera. Al estar llenas de fallos siempre me tocaba a mí revisarlas y
he de admitir que algunas propuestas me llegaron a sorprender.
Lo peor era que se metían con su condición
social. Llegaba a comprender el porqué yo si me podía meter con él en ese
ámbito: había comenzado a hablar conmigo pensando que podía sacarme dinero, y
eso no me parecía bien y por lo tanto me daba derecho a ser “malo con él.
Aunque siendo sinceros yo le había tratado de tal manera que era fácil de
hacerse ilusiones. Pero ¿los demás?
Toc, toc.
-Pase –después de un pequeño momento escuche
su ofrecimiento. Abrí la puerta y un gesto de confusión recorrió su rostro pero
luego se mostro impasible-. ¿Quiere algo señorito Kim?
-¿Desde cuándo me tratas de señorito? –fruncí
el ceño-. Te he traído algo –comente antes de que pudiera responder a mi
pregunta. Se levanto para ver qué es lo que era, curioso. Entre en su pequeño
cubículo con tres bolsas de tintorería en el brazo-. La gente de la oficina se
está ensañando contigo porque llevas trayendo el mismo traje durante toda la
semana –comencé a explicar.
-No quiero caridad –repuso de una manera
firme, algo que me sorprendió en el-. Ya es tarde para hacer regalos a un
ex-amante.
-No es un regalo de caridad –deje los trajes
sobre el respaldo de una silla-. Son trajes que me quedan pequeños de hombros y
no los quiero. Mejor dártelos a ti que tirarlos a la basura –explique con
cierta paciencia al ver su expresión-. Mi sastre personal les ha dado un toque
para que no te queden pequeños.
Con cierto recelo, se acerco a la silla y
abrió una de las bolsas del tinte mirando dentro.
-Están recién lavados.
Giro la cabeza hacia mí pero luego volvió a
lo suyo. Metió la mano dentro y con los dedos palpo la tela. A duras penas pudo
aguantar una expresión de asombro al ver la calidad de esta y volvió a mirarme
otra vez.
-¿Es una especie de ofrenda para enterrar el
hacha de guerra? –mi ceño volvió a fruncirse con esa frase.
-No sabía que hubiese una guerra entre los
dos.
-No si no tienes en cuenta mis amenazas –alzo
una ceja. Sonreí sin poder evitarlo y pose mi mano sobre su hombro dándole un
pequeño toque.
-Nunca me las llegue a tomar en serio. Hay
pocas cosas que puedas hacer para joderme de verdad –le admití-. Y dudo que con
lo poco que nos conocíamos pudieras atinar a hacerme un solo rasguño.
-Ya… -volvió a mirar a los trajes sin saber
que decir.
-Mira. Vamos a trabajar en la misma planta
bajo la misma empresa. Es mejor que nos llevemos bien, incluso yo sé que no
somos simples conocidos –metí mis manos en los bolsillos de mi lujoso
pantalón-. Puede que ahora no te agrade pero soy la única persona con la que
puedes contar aquí, todos los demás te odian porque apareciste de la nada y
llegaste a lo alto…
-¿Tu no me odias por eso? –solté un pequeño
gruñido pues algo que no me agradaba nada de nada era que me cortasen mientras
estaba hablando-. Quiero decir… -comenzó de una manera más tímida-. También he
escuchado esos rumores y, algunos osan decir que quiero quitarte tu puesto.
-Eso no había llegado a escuchar yo… -murmure
entre dientes sin darle importancia-. No tengo miedo de que eso pueda pasar. Mi
padre le da demasiada importancia a la herencia de sangre. Si, por casualidad,
yo muriera mi padre le dejaría la empresa a mi tío y le haría prometer que este
se la fuese a dejar a su propio hijo. Nadie de esta empresa, quitándonos a mi
tío y a mí, podría llegar a ser presidente de la susodicha. Y he ahí una de las
razones por las que los rumores sobre ti son falsos.
-Aja… -volvió a quedarse callado una vez más
mirando hacia abajo.
-Bueno, si deseas cualquier cosa podrás
encontrarme en mi despacho –me despedí con una pequeña inclinación antes de
darme la vuelta y salir de la habitación. El aire se veía tan tenso e incomodo
que había comenzado a pensar que él no era el Zhang Yixing con el que hasta
hacia poco había mantenido relaciones sexuales casi todas las noches.
No fue hasta el medio día del día siguiente
que volví a verlo. Llamo a mi puerta suavemente, como si tuviese dudas de si
debía de hacerlo o sino. Le indique que pasase y se sentase en una de las
sillas que tenía mi mesa enfrente. Titubeando un poco lo hizo y miro alrededor
hasta que yo termine de revisar un contrato.
-Me he puesto uno de los trajes que me diste
ayer –me informo aunque yo ya lo hubiese reconocido. Le sonreí con cierto
agrado-. Y así pude devolverle el suyo a Luhan –encogió sus hombros.
-¿Me estás diciendo que el que llevabas hasta
ahora ni siquiera era tuyo? –reí levemente mientras hablaba.
-La pensión de mis padres no me da para poder
pagar algo tan caro –murmuro de una manera que se me hizo difícil de escuchar-.
Normalmente nos solemos conformar con comer todos los días y tener electricidad
y agua caliente; no nos podemos permitir los lujos de comprar ropa –sus
curiosos ojos volvieron a fijarse en mi, en mi sombría expresión. Ya no sabía
si hablaba en serio o no. Se suponía que ahora no tenía ninguna razón para
andar comiéndome la cabeza pero anteriormente me había contado tantas cosas
que… ¿quién sabe?-. Ahora, gracias a tu tío, me encargare de comprármelos yo
mismo para que no te tengas que estar preocupando de llevarlos a tu sastre
–sonrió otra vez haciéndome ver que las cosas para el habían mejorado.
-Has tenido suerte entonces. Mi tío es un
señor al que no le importa la edad de la gente mientras sepan hacer su trabajo
–apoye mis manos sobre el escritorio, a modo de esfinge. Luego me aclare la
garganta y agite la cabeza-. Tengo hambre… ¿Has comido? –negó con un simple
gesto de cabeza antes de que me alzase-. Bien, te invito a comer entonces.
¿Tienes mucho trabajo que hacer? –volvió a negar mientras se levantaba y ponía
bien la corbata.
-Por ahora no tengo ninguna reunión más.
Aunque a las seis tengo que juntarme con tu tío y…
-Sí, estoy sobre aviso con esa reunión yo
también –le corte mientras me ponía la parte superior del traje-. Tenemos
tiempo de sobra para ella, no te preocupes.
Casi pude notar como relajaba su cuerpo y me
seguía fuera del despacho, bajo las poco disimuladas miradas de todos los
empleados. Debían de estar algo contrariados de que el heredero y el que, según
ellos, iba acabar por quitarme el puesto saliesen del despacho del primero y se
dirigieran al mismo sitio. Bueno, visto desde su punto de vista, eran más
rumores que inventarse.
Durante la primera media hora Lay estuvo algo
alterado. Desde que había subido a mi coche y se había sentado en el asiento
del copiloto. Había preguntado más de una vez a dónde íbamos, intrigado, pues
le había avisado de que iba a ser mejor coger algo de abrigo.
-Hace mucho tiempo que no comía en uno de
estos sitios –admitió mientras cogía arroz con los palillos y se los llevaba a
la boca. Estábamos en la parte más vieja de la ciudad, donde las pequeñas
tiendas artesanas y de comida casera se apiñaban una con otra.
-Pero si este tipo de comida es muy barato
–opuse.
-No entiendes lo que significa nada de lujos
¿verdad? –frunció el ceño molesto de que pareciese que no le hiciese caso-. Me
gusta la comida que hace mi abuela, pero siempre está bien probar algo hecho
por otra persona.
-¿Tu no cocinas? –inquirí metiéndome un cacho
de carne envuelta en lechuga en la boca-. Pensaba que todos los pobres sabíais
hacer las tareas de la casa –bromee.
-Agh… Si te molesta que los del trabajo se
metan conmigo por eso mismo deberías de dejar de hacerlo tu –golpeo mi brazo
con algo de fuerza. Al menos poco a poco volvía a ser el chico parlanchín de
cuando nos habíamos conocido-. Yo soy un desastre en casa. Si me pongo a
cocinar me olvido de echar la sal o el agua o el aceite incluso a veces el
ingrediente principal. Y si me pongo a limpiar tengo que ir a la cocina cinco
veces para poder tener las dos cosas que necesito para llevar a cabo la tarea
–confeso algo avergonzado tapándose la boca-. Todas las mañanas mi abuela me
revisa para ver si se me ha olvidado algo. Una vez se me olvido ponerme la
camisa debajo de la chaqueta –rio aun más avergonzado, siendo al poco que le
acompañe yo con una sonora carcajada.
-Me hubiera gustado verte ese día en la
oficina –confesé terminando de masticar lo que tenía en la boca.
-A ti y a cualquiera con dos ojos en la cara
–comento con cierto tono de burla haciendo ver que hablaba en bromas aunque
para mí su convección pasaba más allá-. Podría hacerme pasar por un idol si
quisiese –aseguro intentando no echar fuera lo que se había metido en la boca
por la risa.
-Para eso
tendrías que saber bailar o
cantar ¿sabes?
-Se bailar, y no solo un guarro striptease
¿eh? –hablo sonrojado mientras yo reía al recordar el que una vez me había
dedicado hacia ya un buen tiempo-. Solo necesitaría ir a ciertas clases de
canto para que me enseñaran a hacer gorgoritos. Mira –cogió una servilleta de
papel y saco un bolígrafo firmando en el cacho de papel para luego dármelo a la
mano-. Dentro de un tiempo eso baldra más dinero que toda tu fortuna junta.
Solté una pequeña risa entre dentada al
escuchar la burrada que acababa de soltar.
-Chen… -mascullo suavemente mientras abría la
puerta de mi oficina sin llamar-. ¿Puedo confesarte una cosa? –asentí mirándolo
intentando no hacer mucho caso a su falta de cortesía en aquel momento-. No te
lo tomes a mal ¿sí?
-Deja de hablar como si lo que fueses a decir
vaya a ser tan importante para mí que no voy a volver a ser el mismo –le pedí
un tanto brusco.
-Ya… no, tranquilo –suspiro y cogió aire un
par de veces antes de seguir hablando-. Veras, es que yo… entre en la empresa
solamente para montarte un escándalo. O sea… no me puse a trabajar allí para
montarte el escándalo si no que ese día fui con intenciones de montártelo y de
por casualidad me encontré con tu tío y paso lo que paso… -agacho la cabeza-.
Pero ahora ya, la verdad es que me da igual. Si estaba molesto contigo era
porque te habías burlado de mi y no había conseguido sacarte nada, pero ¿ahora?
Tengo un trabajo con el que antes ni podría soñar y dentro de poco podre
comprar todas las medicinas que quiera para mi abuela –sonrió débilmente.
-¿Y? –mi voz volvió a sonar de una manera
brusca, tanta que su gesto casi me pareció que le iba a hacer daño en el
cuello-. Lo primero ya lo había presupuesto yo, no soy tonto –intente suavizar
un tanto el tono aunque no pude-. De lo segundo solo puedo decir que me alegro
–encogí mis hombros quedando en silencio para seguir comiendo.
-Yo no he dicho que seas tonto –se auto
defendió de mis palabras-. No sabes lo mal que me he sentido durante estos
días. ¡Que hasta he recapacitado yo solo sobre mis actos! ¿Sabes? –su voz se
hizo sonar por una pequeña parte de la planta.
-Nunca es tarde para madurar o para dejar ver
cuál es tu verdadera personalidad –repuse-. Me da igual cuales sean tus
intenciones o ideas, pero no me gusta la gente falsa o que pretende ser lo que
no es.
-Llevo años mostrándole solamente a la gente
más cercana a mí lo que soy en realidad –se quejo-. Es normal que a ti que te
conozco de poco más de un mes me piense en que es lo que debería de contarte y
que no ¿no crees? –su voz salía tan alta que comenzaba a incomodarme.
-Visto así tiene su sentido, pero nosotros
nunca hemos tenido una relación normal. Debiste dejar de ser don Perfecto desde
el momento en el que te cale de lleno.
-Puedes decir todo lo que quieras –entro en
el despacho cerrando la puerta detrás de
él y se aproximo hacia donde yo me encontraba- pero tú eres igual que yo. ¿A
cuántas personas les has dicho que eres gay o que te gusta ir metiendo tu polla
dentro del culo de otros?
Mis mejillas se encendieron como si fueran
pólvora por lo que había dicho. Sobre todo teniendo en cuenta que era la
primera vez que alguien se atrevía a decirme algo así. En todas las
“relaciones”, si es que así se le podían llamar, que había tenido
siempre-siempre había sido el que tenía el mando, el que hacía que la otra
persona se desestabilizara.
-Mi manera de pensar ha cambiado pero la tuya
sigue siendo la misma que hace un mes. Te sientes superior a mi porque supiste
ver mis primeras intenciones, que no las segundas, y aquí el único que tendría
que aprender de sus errores eres tú, o sea que trátame con cierto respeto.
Me quede en el sitio mientras le escuchaba
hablar. Normalmente cuando alguien me sermoneaba solo escuchaba un blablablá de fondo, porque lo que me
decían para mí no tenía nada de interés. En parte no me gustaba que un chico de
la calle me hablase como si tuviese razón y yo no fuese más que un niño
desagradecido, porque tenía razón y yo lo veía como tal aun, pero por otra
parte me encantaba, me excitaba.
Tan brusco como antes me levante de mi silla
de trabajo y camine hasta donde estaba el, mirando de reojo la puerta para
verificar que estuviese cerrada. Lo agarre con fuerza de los laterales de su
rostro y estampe mis labios contra los suyos y simplemente me deje llevar por
la situación. Por él. Intentando hacer lo menos para influenciar en el momento.
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